martes, 19 de mayo de 2009

Escalona y su aventura en La Guajira

Rodeando al maestro Escalona y a Luz Marina Zambrano su última compañera sentimental, aparecen los artistas plásticos maicaeros Joaquín Ariza y Álvaro Palomino, el médico y coleccionista Álvaro Ibarra Daza y el escritor e investigador Abel Medina Sierra (Albania, 2005)


Por: Abel Medina Sierra
El inventario de encomios se que da corto en estos días. Escalona ha cumplido su deseo de posteridad como bien lo supo augurar, “arriba de las estrellas” festeja la plenitud mientras en la tierra que ofrendó sus cantos no ahorramos elogios y muestras de exaltación por el que fuera el más renombrado y reconocido compositor vallenato de la historia.

Escalona el mito y el hito, Escalona el que conquistó nombradía para nuestra música, el genio compilador del anecdotario regional, el gran señor, el don Juan irrefrenable, el gavilán aventurero, el embajador ante la élite del país, el maestro.

Más allá de la exacerbación que produce el hecho de su muerte, en Escalona hay que reconocer sus nada despreciables méritos en tanto músico como personaje influyente.

Fue el gran cronista de la cotidianidad provinciana, tuvo una envidiable capacidad para contar historias y lograr una síntesis casi perfecta en la trama de sus cantos. Sus canciones supieron llegarle al alma nacional, su lista de éxitos es larga, son cantos tan memorables en el imaginario popular que son referente nacional de la música popular.

También comparte el mérito junto a Tobías Pumarejo de ser precursor del compositor dedicado exclusivamente a la creación sin ser intérpretes (acordeonero o cantante), es decir, funda la profesión y figura del compositor.

Sus canciones exploran nuevas fórmulas expresivas como la alegoría, evidentes en canciones como “La casa en aire” o “Rosa María”, “El gavilán ceba´o”; lleva la crítica social al plano estético en “La custodia de Badillo”, “El hambre del Liceo” o “Lengua sanjuanera”.

En el plano de la versística vallenata Escalona también representa un hito: tomó la redondilla de versos de arte menor y con pocas preguntas y respuestas y lo convirtió en un verso de arte mayor, una estrofa de mayor complejidad versística y riqueza musical.

Lo anterior es lo que nuestro paisano e investigador Emmanuel Pichón Mora denomina “la indisciplina retórica de Escalona que sería una verdadera ruptura con las formas de componer versos de sus antecesores.

Rafael Calixto también instaura el donjuanismo en la música vallenata el código del donjuanismo, tan asumida por compositores posteriores como Rafael Manjarréz o Roberto Calderón.

Escalona fue el gran gavilán, creó un romancero musical con sus motivos sentimentales: La Maye (Marina Arzuaga), la Molinera, la Mona del Cañaguate, La monita de ojos verdes, Dina Luz, Maria Tere la Antioqueñita, La Brasilera son apenas algunos episodios amorosos cuyos detalles sirvieron para definir un código del galanteo en los hombres de la región. Hoy, su figura pasa a la historia como el gran galán, el don Juan de nuestra épica musical.

Bien es sabido, que el acordeón siempre ha despertado recelo entre algunas élites sociales e intelectuales. El vallenato necesitaba de un andamio para subir a los ámbitos que lo invisibilizaban por su condición campesina y su largo trasiego crapuloso en las cantinas europeas y barras de marineros.

Fue Escalona, hijo del ilustre del coronel de la guerra de los Mil días, Clemente Escalona Labarcés y la respetable dama patillalera Margarita Martínez Celedón, sobrino del insigne obispo, poeta y sabio Rafael Celedón, quien abrió las celosas puertas de la sociedad vallenata para que una música de peones y campesinos guajiros conquistara los salones de la alta sociedad valduparense.

Fue también quien con sus cantos y su arrolladora personalidad y condición de anfitrión hizo que figuras de la vida intelectual y pública del país descubriera la magia cautivadora del canto vallenato; hablamos de García Márquez, Álvaro Cepeda Zamudio, Manuel Zapata Olivella, Alfonso López Michelsen, Fabio Lozano, Daniel Samper, Enrique Santos Calderón entre otros.
Que personalidades de tanta estatura en el imaginario del país se interesaran en el vallenato fue un escalón trascendente para superar la atalaya excluyente de un país que miraba de soslayo la música popular costeña que luego supo arropar la identidad nacional.

Escalona Martínez será recordado como un osado aventurero, hombre de muchas empresas, capaz de recorrer y desbrozar en sus andanzas y correrías, los todavía intransitables y tortuosos caminos y carreteables del antiguo Magdalena Grande. Desde que tenía 17 años y ya se cantaban en Valledupar y su área de influencia sus primeras canciones El profe Castañeda, El carro Ford, La enfermedad de Emiliano y Miguel Canales subía a Manaure buscando a su mentor Poncho Cotes Querúz, tomaba luego el camino de la Sierra Montaña para cantarle a la Vieja Sara en El Plan.

Luego entre el estudio en el Liceo Celedón de Santa Marta, las visitas a su natal Patillal, los escarceos amorosos en La Paz, San Diego, El Molino o San Juan lo cimentaron como un verdadero campeador de la provincia, un andariego de la música y un emprendedor e industrioso baluarte.

Consuelo Araújo Noguera, su biógrafa, comadre y confidente bien da cuenta del periplo ingobernable de este aventurero en su obra “Escalona: El hombre y el mito” (1998): “seguido por un regimiento de amigos y partidarios irreductibles, como él, en su empeño de de vivir intensamente y apasionadamente, la vida de Escalona fue nada más ni nada menos que un solo canto largo y continuado.

Hoy aquí por la mañana y en la tardecita en La Paz, para seguir por la noche hacia Villanueva o Manaure, de acuerdo con la ruta que trazaran los vientos de la oportunidad; en la madrugada en San Juan, golpeando con sones y paseos los postigos de barrotes torneados de las ventanas de de la casa de Fefa Brugés; al mediodía en Fonseca, por la noche en Barrancas, mañana de regreso en Urumita o El Molino, y pasado mañana en cualquier otro sitio y lugar de los muchos por donde se regaron sus cantos y la nombradía de su talento inmenso”.

De sus andanzas, en especial por actual La Guajira, conquistando territorio a punta de verso y galanteo queda el testimonio cantado de El gavilán ceba´o, pieza de magistral recurso alegórico:

Señores, abran el ojo
Que el gavilán no viene solo
Mujeres, cierren las puertas
Que ya el gavilán se acerca

Gustavo Cotes lo vio en Fonseca
Y así me dio cuenta lo que sucedió
Entró en una casa que estaba entreabierta
Cogió una polla y desapareció

En los caminos se ven las trampas
Que la gente pone para el gavilán
Y cuando lo buscaban en Barrancas
El estaba tranquilo durmiendo en San Juan

Fueron los motivos sentimentales como los laborales los que lo vincularon con La Guajira. Desde entonces para el Maestro, este territorio sería también un nido de afectos, un territorio que ensanchaba su reino sentimental, musical y laboral, su aventura extrema, su hechizo existencial.

Siempre reconoció el protagonismo de esta región en el surgimiento de esta expresión musical. Nos ha enrostrado que por Riohacha entró el acordeón pero que la influencia vallenata no se arraigó en el norte de La Guajira “porque los riohacheros siempre han sido muy pretenciosos y preferían música europea y del Caribe”.

La única vez que pude conversar directamente y cercanamente con el maestro hace poco hace años en Albania, nos contó, sin recatos, que Valledupar nunca fue pueblo de acordeoneros, el primer acordeonero fue Chema Guerra un paisano de Escalona que al decir del maestro “solo macujeaba el acordeón”, agregaba que “en Valledupar en los sesentas, cuando venía López Michelsen y personalidades de Bogotá los acordeoneros había que irlos a buscar a La Guajira porque no había”.

El maestro sabía que sus cantos antes de ser grabados tuvieron un marco musical con acento guajiro: Colacho Mendoza y Víctor Soto, los acordeoneros que acompañaron sus parrandas. A Colacho lo conoció en 1957, sería su segunda influencia musical después de Poncho Cotes. Hicieron una amistad arraigada, Colacho fue su empleado, su amigo, su acordeonero y su mejor intérprete.

Con Colacho protagonizó muchas parrandas en el Hotel América o el Café La Bolsa de Valledupar, en el barrio Cañaguate o en cualquier pueblo. Colacho grabó la mayoría de sus éxitos con Bovea, Alberto Fernández o Pedro García cuando no lo hacía con su propia voz. Víctor Soto era de Cañaverales, hoy vive sus últimos años en Estados Unidos. Lo conoció en Bogotá donde hacía parte de Los Magdalenos, el primer conjunto vallenato de la capital. Solía acompañar a Escalona en parrandas de salón, de patio y en correrías por los pueblos de la región.

La Guajira a finales de los 50´s y 60`s, época de plenitud autoral de Escalona, era para el maestro, como para el imaginario colectivo nacional, un escenario encantado, inhóspito, poco accesible, sin más ley que el arrojo y la osadía de los hombres.

Es pertinente que la denominación de Guajira sólo hacia los años sesenta comenzó a aplicarse a todo el territorio del actual departamento pues antes se aplicaba exclusivamente al norte desértico, indígena y costero. La Guajira en los cantos de Escalona aparece inicialmente como lo distante desde su primera canción El profe Castañeda.

El docente que tanto admiraba Escalona fue trasladado del colegio Loperena de Valledupar al Liceo Padilla de Riohacha hecho que suscitaron a inicios de 1943 los primeros versos del que sería genio fecundo de la vallenatía: Cuando sopla el viento frío de la nevada/ Que en horas de estudio llega al Loperena/Ese frio conmueve toda el alma/Lo mismo que la ausencia del Profe Castañeda”.

La Guajira es no sólo la tierra del extrañamiento, el destierro y de baja escolaridad en otros cantos de Escalona como El bachiller en la que expresa; “Felices aquellos los que pueden presentar/El grado bonito que conquista a las mujeres/Como no lo tengo yo me voy a desterrar/Para La Guajira, donde no haya bachilleres”. También es tierra de acechanzas y peligros, tierra de riesgos y arrojo pero también de oportunidades y bonanzas, de aventura y esperanzas. Así lo reitera también en Mala suerte:

Díganle a Chema Maestre
También a Turo Molina
Que yo me voy pa´La Guajira
Porque aquí no tengo suerte

Y si no puedo volver
Porque en La Guajira muero
Solo quedará el recuerdo
De aquel amigo que se fue

La Guajira fue un territorio fértil para que Escalona sembrara su propio jardín sentimental. Convivió con Dina Luz Cuadrado (hermana de Egidio Cuadrado, acordeonero de Carlos Vives) a quien le compuso Dina Luz y Mala suerte entre otras canciones.

Su trasiego apasionado por La Guajira se teje desde Eduvilia López a quien compuso Mariposa urumitera pero que nunca conquistó pues resultó siendo novia de su amigo Caviche Aponte, como tampoco lograría fructificar un romance con Elsa Armenta, La Molinera que lo hacía suspirar apenas avistaba el ramal de El Molino.

A la China Ariño, la donairosa muchacha de Los Pondores que le inspiró El cazador, la misma relación que desató chismes y rumores en San Juan del Cesar y que él respondió con Las lengua sanjuaneras. En el mismo San Juan del Cesar cultivó una de sus grandes pasiones, “La monita de los ojos verdes”, la única relación en la que éste gavilán siempre ocultó la identidad de su paloma, el amor que le inspiró El medallón, El regalito, El Mejoral y Honda herida, ponderada por Consuelo Araújo Noguera como la más alta expresión del cancionero vallenato.

En el mismo pueblo le compone a Francia María El copete, la muchacha que fue su pretendida y terminó siendo su cuñada.

En Fonseca conoció, en casa del compositor José María “Chema” Gómez (autor de Compae Chipuco), a su hermana Carmen Gómez, la de la canción homónima, aquella esbelta y altiva doncella que “tiene los ojos de España, ¡olé! y la elegancia latina”, la misma que como Remedios La Bella no hubo encanto masculino que pudiera rendirla y prefirió la soltería.

Ni siquiera Escalona pudo rendir sus encantos pero a la que si tributó con su hermoso merengue.

Pero en el territorio vecino no solo encontró las más bellas flores, también los más caros y entrañables amigos. Una de sus primeras canciones la dedicó a alguien a quien sólo conocía por sus canciones: Emiliano Zuleta Baquero. Supo que estaba enfermo y le mandó un recado cantado: La enfermedad de Emiliano

Allá en el Valle he tenido la noticia
A mí me dijo un hombre que Emiliano está mal
Me mortifica que un muchacho tan joven
Por falta de de malicia se deje sepultar

Mile no solo sobrevivió a la enfermedad sino que fraguó con el maestro una perdurable amistad y compadrazgo pues Escalona sería el padrino de su hijo Poncho Zuleta. Pero esta canción no solo granjeó la amistad con Zuleta sino con la inmortal Vieja Sara, madre de Mile y Toño Salas. En compañía de Poncho Cotes solía visitar a esta matrona que vivía en El Plan de la Sierra Montaña en donde solía organizar durante las fiestas de Corpus Cristie largas jornadas de competencias entre decimeros. Para exaltar a ésta fecunda recitadora compuso La vieja Sara:

Yo vengo a hacerle a la vieja Sara
Una vista que le ofrecí
Pa que no diga de mí
Que yo la tengo olvidada

También le llevo su regalito
De un corte blanco con su collar
Pa´que haga un traje bonito
Y flequetee por El Plan

Este último verso originó una discusión entre la Vieja Sara y su pariente Simón Salas. Este músico prometió a Escalona un guiso de gallina cuando fuera de nuevo a El Plan.

Cuando Escalona llegó la vieja Sara le contó que éste no tenía animales a lo que Simón respondió con unos versos en que señalaban a la matrona de querer quedar bien con Escalona por los presentes que le hizo. La ira de Sara terminó echando de la casa a Simón, situación que originó la canción de Escalona El destierro de Simón:

Poncho Cotes tenia un viaje para El Plan
Me invitó y con mucha pena no acepté la invitación
Porque me han dicho que en ese lugar
Ya y que no vive el compadre Simón

Preguntaba cuáles fueron los motivos
Que tuvo ese gran amigo pa´ ausentarse del lugar
Y Toño Salas en el Valle me dijo
Que la vieja Sara lo botó de El Plan

En su inventario de afectos y álbum de exaltaciones aparece ponderando las virtudes amoreras de su gran amigo Poncho Cotes Querúz quien pretendía a Thelma Ovalle, madre del canta-autor Poncho Cotes Jr. Los arisco y celosos padres de la “paloma” no contaban con que Poncho tenía un gran aliado en las canciones de Escalona, aquel que mientras esperaban un descuido de los padres de Thelma, compuso al pie de la milenaria ceiba de Villanueva el merengue El Gavilán rastrero con el recurso de la alegoría animal:

En la ceiba ´e Villanueva
Canta un gavilán bajito
Y es diciendo que se lleva
A una hija de de Ovallito


Fue sembrando amistades por toda la zona, anfitriones de amplia gratuidad, compadres pletóricos de atenciones, parranderos dispuestos, alcahuetas solícitos. Sus cantos exaltan el ritual de la amistad cosechada con aprecio despojado de interés. Le cantó al músico de bandas Reyes Torres, padre de una gran estela de bajistas famosos a quien le debía un bautizo con El villanuevero:

De Reyes Torres ya yo he recibido
Muchas razones y un poco é reca´ o
Y ahora me dicen que está resentido
Porque no le he bautizado el pela´o

Le ofrendó un cantó como regalo de bodas a su acordeonero e intérprete de confianza Colacho Mendoza, en ese merengue titulado El matrimonio de Colacho; apenado consoló a un gran amigo en Urumita con El compadre Tomás. Nos legó ésa dramática historia de amor de El general Dangond de Villanueva a quien casa mata el amor de una molinera.

Congració a El tigre de las Marías de Urumita y Villanueva por su gesta amorosa así como ponderó las virtudes musicales de Chema Gómez con una canción que exalta la obra máxima del fonsequero con la canción El Retrato de Chipuco. Criticó a un compañero de estudios del Liceo Celedón, Rafael José Parodi, por alardear de ser argentino con El Che sanjuanero.

Tuvo formas sutiles de exaltar mediante la broma y la anécdota, así lo hizo con su ahijado Poncho Zuleta en La camisa de Poncho, también a Leandro Díaz, su gran colega y uno de los últimos sobrevivientes de su generación cantoral la dedicó La casa de Leandro

Pero logró palpar personalmente los extremos de La Guajira con su aventura como contrabandista. Desde el peligro, el susto, el sudor y trasnocho hasta el amor de una princesa wayuu y los buenos dividendos.

Con apenas 19 años, Escalona se le mide al oficio del contrabando y al tráfico de semovientes entre Colombia y Venezuela, la que sería una de sus más excitantes aventuras, oportunidad para nuevos lances amorosos y motivo para memorables canciones.

En 1946 conoce a Fernando Daza “Tatica” con quien lo une el hecho de ser su “alcahueta” en sus pretensiones de conquistar a la Ambrosina “La China” Ariño, novia de Tatica. Este sanjuanero es quien lo motiva a cruzar la “agreste” pero bonancible Guajira, la tierra poblada de indios y de oportunidades económicas. Escalona encuentra así un nuevo vínculo con toda la dimensión territorial de esta región.

De ésta época recuerda como quien declara una osada gesta: “Así irrumpí en La Guajira inmensa. Crucé la frontera y comencé una nueva actividad al lado de hombres rudos, de costumbres fuertes y sentimientos nobles, que se ganaban la vida en un oficio mercantil que se llamaba contrabando, pero que en la época estaba protegido y “legalizado” por algo más poderoso que la ley, que es la fuerza de la costumbre.

Tatica me introdujo en todos los secretos del negocio y con él fui la primera vez y muchas más. Comencé con unos 20 cochinos que compramos en compañía.

Me entusiasmaba la idea de ganar dinero viajando, que ha sido una de mis aficiones, pero también me atraía la aventura en sí misma. Ir en esos tiempos a Venezuela llevando contrabando no era como soplar y hacer botellas. Había que tener los riñones en su sitio y los pantalones bien amarrados. Los caminos no eran sino trochas que, en verano, se convertían en un desierto de polvo y, en invierno, en tremedales. No había término medio.”

El episodio más dramático y peligroso de esta travesía en la frontera colombo- venezolana, lo representa el paso por el riachuelo Paraguachón que en actuales épocas de invierno atraviesa el corregimiento del mismo nombre.

Escalona y Tatica, como los demás contrabandistas y “maleteros” o “trocheros” que traficaban con indocumentados colombianos, tenían que esquivar la frontera oficial y cruzar el riachuelo que representaba para entonces un tortuoso y hostil tránsito como recuerda el maestro: “En uno de esos amaneceres llegamos una vez a Paraguachón… tenía fama de ser un lugar teso y peligroso porque los indios se dedicaban a los viajeros para quitarles la mercancía.

El solo nombre infundía temor. Se escuchaban cuentos de comerciantes que habían sido asesinados en sus orillas y sus cadáveres echados a las aguas, de donde nunca fueron rescatados. En invierno, el caudal aumentaba de tal modo que era un verdadero río de corrientes impetuosas. Ahí tocaba esperar a que bajara la corriente y nos picaban los mosquitos y nos acosaba el hambre y se nos iban poniendo los nervios de punta por la incertidumbre sobre cuándo podrían atacar los indios. Uno dormía con un ojo abierto y el revólver en la mano.”

Escalona recuerda que, incluso, se llegó a correr el comentario de que una de las caravanas asaltadas por los hostiles indígenas wayuu en el paso de Paraguachón, era la de Tatica y él. Cuando llegó a Valledupar y se enteró de los comentarios intuyó enseguida que tan temeraria empresa no podía pasar desapercibida en el telar de su existencia y en su cancionero vivencial. Así compuso el paseo Paraguachón cuya letra expresa:

Oiga compadres, yo conozco muchos hombres
Que hablan de machos cuando están bebiendo ron
Los invito a Paraguachón
Pa´ que prueben sus pantalones

Paraguachón es un arroyo que hizo el Diablo
Y que divide a Colombia y Venezuela
Y allí me dijo un venezolano
“Mira chico, tú aquí no llegas”

¿Adónde estarán mis cochinos
Que en la trocha se me han perdido?
¿Mis cochinos dónde estarán?
Se han perdido en la palizá

Yo soy de buena´y ningún cerdo se me ha ido
Porque del carro no salen sin amarrá
¡Ay! Yo no voy a trabajá
Pa´darles de comé a los indios

Vi un sanjuanero que se jalaba las greñas
Me causó risa y entonces le dije yo:
“Ay, ese es castigo de Dios
Porque tienen muy mala lengua”

¿Adónde estarán mis cochinos
Que en la trocha se me han perdido?
¿Mis cochinos dónde estarán?
Se han perdido en la palizá

De esta misma época de empresa contrabandista, es la canción El chevrolito dedicada a Yiya Zuleta y en la Escalona encarna a su gran amigo y socio de aventura Tatica Daza, novio de la esquiva Yiya.

Tengo un chevrolito que compré
Para ir a Maracaibo a negociá
Un puestecito a´lante te aparté
Y el que me pida un cupo va pa´tras

De allá de La Guajira te traeré
Las perlas más hermosas para ti
Pa´que hagas un collar, homb´e y después
Serán una princesa para mí

Si te vas conmigo no te cuesta ná
Te llevo a Maracaibo a conocé
Cruzamos la frontera y más allá
La tierra del petróleo vas a ver
(Fragmentos)

En su épica como contrabandista no podía faltar un enredo amoroso. En plena Guajira venezolana conoció una princesa que cedió a su galanteo y el recuerdo de este romance pervive en la canción La flor de La Guajira:

Qué flor tan linda, qué flor tan bella
Ésta guajira de Venezuela
Es entre todas la más querida
La flor más bella de La Guajira

Flor Emmanuel es su nombre
Y hasta las flores la admiran
Y reconocen su nombre
Como Flor de La Guajira


Tiempo después, a inicios de los 50`s, Escalona vive de cerca y como testigo, otro episodio de la vida riesgosa del contrabando. Los villanueveros Enrique Orozco y Tite Socarrás se someten a la temeraria actividad de contrabando de café desde Villanueva, embarcándose en Puerto López y con destino final Aruba.

Tite era entrañable amigo de Escalona, así que el maestro padeció como tragedia propia la malograda experiencia de éste. Doscientos sacos de café madurado en las sierras de Villanueva llegaron a Puerto López donde el barco San Marcos de los Iguarán de Maicao lo cargaría parar llevarlos a Aruba. El pleno puerto natural se apareció el “Pirata”.

No se trataba de un corsario inglés de la calaña de Morgan o Francis Drake sino el barco de la Armada Nacional “Almirante Padilla” que decomisó no solo el cargamento sino el barco. Además de la ruina de Orozco y Tite Socarrás (quien moriría años después en un duelo público), el suceso nos dejó una canción inmortal que de paso, se enmarca en el contexto de una tradición guajira de contrabando y economía subnormal:

El Tite Socarrás

Allá en La Guajira arriba
Donde nace el contrabando
El Almirante Padilla
Barrió a Puerto López
Y lo dejó arruinado

Pobre Tite, pobre Tite
Pobre Tite Socarrás
Ahora se encuentra muy triste
Lo ha perdido todo
Por contrabadiá

Barco pirata bandido
Que Santo Tomás me crea
Juna cuando un submarino
Te voltee en Corea
(Fragmentos)

Son episodios de una épica que marcaron y curtieron de vivencia la vida de Escalona, sucesos que motivaron sus cantos y su lúdica capacidad para tejer y relatar historias.

La Guajira que hoy deplora su muerte sabe que en el corazón del maestro se anidaron muchos afectos por esta tierra, que la mayoría de su cancionero se construyó con ladrillos de arena, brisa y misterio de nuestro departamento le prestó para que su genio lúcido legara todas las generaciones de la posteridad su canto iluminado, la magia fecunda de su verso, el alegre y vitalista contagio de su música. Requiem por Escalona desde La Guajira.

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