sábado, 6 de noviembre de 2010

Carta a una amiga en el momento del dolor

Con inmenso cariño para Olga y su familia
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Mi apreciada amiga

No sé si mis palabras podrán contribuir a ayudarte en este momento crucial, en esta cita definitiva con tu destino, pero luego de la reciente pérdida de tu apreciada madre, quien por decisión irrevocable de Dios ha partido hacia la eternidad. No sé si tu ánimo estará dispuesto a dejarte ver estas líneas que con todo cariño te escribo…pero siento el deber de decirte tantas cosas que expresen el sentimiento de cuantos te consideramos como parte de nuestras vidas y como un luminoso punto en el sendero por el cual transitamos hacia el encuentro con el porvenir.

No puedo decir que siento como propio tu dolor, porque sólo y tus hermanos pueden sentir la intensidad de este profundo dolor que los embarga. Sin embargo, considero necesario transmitir el sentimiento de todo un pueblo visiblemente afectado por la ausencia de quien en su vida nos enseñó el valor de la obra bien hecha y el significado del servicio desinteresado hacia sus semejantes. Hoy, junto con tu familia, puedes sentir el enorme orgullo de llevar en tu ser la sangre de alguien que vivió la vida con sencillez pero que en su humildad supo cultivar la grandeza del amor a los demás y del cariño hacia todos los que tuvieron el privilegio de conocerla.

Es posible que en estas horas tus ojos, tu pecho y todo su ser se encuentren envueltos en la sombra impenetrable de la aflicción y se perciba un calvario de melancolía y desesperanza que cubre cada rincón de tu espacio y cada pequeño recodo de tus actuales días. Es precisamente en esta hora cuando quiero tocar tu hombro para recordarte que las obligaciones de quien dio tu vida, quedaron cumplidas en su totalidad. A ustedes les cumplió como madre esforzada, como ser humano integral y como firme columna de una familia que es motivo de orgullo y admiración para nuestro pueblo.

A sus amigos les cumplió porque para ella la amistad no era una simple palabra, ni siquiera una forma de querer a los demás, sino un modo de vivir y de apoyar a las demás personas. A la comunidad del barrio y a la del pueblo les cumplió porque ella fue siempre una mujer cuya sonrisa amable y sus palabras maternales contribuyó a unir a los unos y a los otros en un ambiente de paz, armonía y fraternidad.

Quisiera fundirme en un abrazo contigo y tus hermanos y llorar junto a ustedes. Pero antes de hacerlo quiero que comprendas que ella no ha viajado hacia un lugar incierto, lleno de dificultades y dolor sino hacia la casa paterna, la casa desde la cual un día vinimos a cumplir el ministerio terrenal y a la que hemos de volver un día u otro, cuando Dios lo considere necesario.

Es necesario darle libertad a las lágrimas y no reprimir el dolor, pero también es importante recordar las palabras de Jesús cuando era inminente el final de sus días en la Tierra: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí”. (Jn. 14:1) Más adelante la Biblia, en la voz del propio Jesús, nos presenta unas palabras profundamente consoladoras: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues, a preparar lugar para vosotros” (Jn. 14:2)

En una de esas moradas, preparadas por Jesús, descansa hoy tu señora madre, en presencia de nuestro Padre Celestial. Mira hacia Dios y deposita en Él toda tu confianza para que vivas tranquila y tengas paz en tu corazón.

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