martes, 21 de noviembre de 2017

Valledupar y la “apropiación” de la música vallenata

"Con este escrito estoy asumiendo en nada honroso rol de abogado del Diablo o aún más abyecto, el de apátrida"


Escrito por:  Abel Medina Sierra 

Comienzo estas líneas previniendo que para algunos, con este escrito estoy asumiendo en nada honroso rol de abogado del Diablo o aún más abyecto, el de apátrida.
En mi ámbito de desempeño como analista y melómano de la música vallenata como proceso cultural, he escuchado miles de veces la expresión que en Valledupar le “robaron” la música vernacular a  La Guajira, en este caso,  la hoy llamada vallenata, pero que antes se le llamaba “de parranda”, “provinciana” o simplemente “de acordeón”.  
El celo de los guajiros, y especialmente de los riohacheros con los valduparenses por el vallenato, se exacerbó desde que esta música pasó del estadio folclórico, campesino y localizado a ser el principal referente sonoro del país, la música popular y masiva de mayor dinámica en Colombia. Antes de esto, el vallenato tenía pocos dolientes en el norte de La Guajira y todavía hay gente en Riohacha que asevera,  que esa música nunca ha representado a la ciudad aunque esa es  una mentira insostenible.
Recuerdo el día, por allá en el 2006 cuando en el Centro Cultural, maestro Escalona nos enrostró que el vallenato fue acunado por Valledupar porque “el riohachero era muy pretencioso en gustos musicales y no le pararon bolas al acordeón”.  Aunque exagerado en sus calificativos, algo de razón tenía Escalona.     
No se sabe  aún con exactitud dónde nació la música vallenata, parece ser que fue una expresión que se fue gestando por creación colectiva en varios lugares de manera simultánea y luego, esos rudimentos se fueron agrupando en un género musical. Bien es   cierto que los documentos más antiguos registran la trifonía de acordeón, caja y guacharaca en Riohacha y eso le da protagonismo también el norte de La Guajira.
También es cierto que la llegada del vallenato a Valledupar fue a través de colonos campesinos que fueron, en su mayoría del sur de La Guajira. Así como Barranquilla recibió y se apropió de las danzas y músicas ribereñas a partir de su carnaval, Valledupar se convirtió en el epicentro del vallenato que llevaron los provincianos  y vecinos de Patillal, Atánquez, San Diego o El Paso. Mientras en Riohacha se miraba de soslayo esta música, la élite cesarense vio en esta música un referente identitario y un instrumento cultural   en el proceso de departamentalización y de creación de industrias culturales.
 ¿Hubo apropiación del vallenato  por parte de los natos del valle? Primero hay que aclarar el sentido de la palabra “apropiación”. Para la Rea Academia de la Lengua, significa “Tomar para sí alguna cosa, haciéndose dueña de ella”Si alguien toma esta primera acepción, dirá         que si en Valledupar se apropiaron del vallenato, eso quiere decir que no era de ellos y que se lo robaron a otro, en este caso a La Guajira.
Pero resulta que esta música es una manifestación del patrimonio cultural y allí se aplica el concepto de  “apropiación social”. Esto implica que el patrimonio cultural tiene un valor real y simbólico para el grupo humano que lo ha heredado, no vale en sí mismo sino porque el grupo humano le da una valoración positiva. Una comunidad se apropia de una música  cuando la mayoría de los actores sociales son conscientes de su valor patrimonial, particularmente del inmaterial y eso ocurrió en Valledupar con esta música que hoy reclamamos.
Si bien es cierto, con relación a esta música, a veces se hacen injustas  exclusiones y se obra con espíritu centralista en Valledupar, no es menos cierto que allá le han dado un valor al vallenato, lo han integrado a su economía que eso dinamiza más el nivel de apropiación social. En Valledupar no han sido tan celosos como lo son algunos guajiros con relación al vallenato, tanto así que el acordeonero más querido  de la élite valduparense ha sido Colacho Mendoza; el habitante de Valledupar que ha sido más famosos en toda su historia ha sido Diomedes Díaz y allá auparon como nuevo ídolo a Silvestre Dangond.  Nunca se pusieron con reparos que eran guajiros.
Con mi experiencia personal puedo refrendar esto. Recientemente fue postulado para hacer parte de la Academia de Estudios del Caribe por  actores de Valledupar y no por la institucionalidad de La Guajira. La Gobernación del Cesar me ha llamado en varias ocasiones para ser oferente u organizador  de eventos sobre música vallenata. Hace tres años en un evento organizado por el Ministerio de Cultura sobre música vallenata en Aguachica, en lugar de invitar a investigadores cesarenses, me escogieron a mí. La Universidad Popular del Cesar me encarga de coordinar la revista Vallenatología del Encuentro de investigadores de la música vallenata, me está ofreciendo honorarios solo para sea su investigador exclusivo de esta música y está interesado en publicar mis obras mientras llevo 22 años en la Universidad de La Guajira y nunca he podido publicar ni que se me reconozcan mis investigaciones.
El innegable protagonismo de La Guajira sobre el vallenato se demuestra con políticas públicas y privadas de apropiación social fomento, formación e investigación y no con golpes de pecho y dudosos certificados de paternidad. Nos    falta la apropiación del vallenato que sobra en Valledupar, y el patrimonio no es de donde emerge sino de donde tiene mayor relevancia social y valor para la comunidad.

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