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martes, 1 de diciembre de 2015

¿Tienes un problema? Tenemos la solución

Alejandro Rutto Martínez

David era un joven pastor de ovejas, hijo de una numerosa familia, de buen porte, elegante, el menor de todos sus hermanos. No tenía nada que lo diferenciara o que lo hiciera grande, pero se distinguía por un gran amor a Dios. El Señor lo unge como rey de Israel para reemplazar a Saúl, quien se había apartado de la voluntad soberana del Creador. 


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Sin embargo, su ascenso al trono no fue  inmediato. Antes debería vivir un episodio cumbre de su vida cuando enfrente a Goliat y lo derrote armado solo de su valor como creyente, una rudimentaria honda y cinco piedras lisas.  David venció al gigante pero cayó en desgracia con el rey Saúl quien lo persigue para matarlo y lanza contra él feroces ataques para acabar con su vida. David elude esta persecución y aún en sus momentos de mayor angustia respeta la honra y la vida de Saúl como el "ungido de Jehová".  Es tanta su reverencia por el rey que en dos ocasiones lo tiene en sus manos y, en lugar de atentar contra él, le perdona la vida y espera sólo que Dios actúe. 

En sus momentos de mayor quebrantamiento, cansado de huir, atemorizado por el peligro, exhausto por sus constantes viajes, se siente al borde de la derrota. Pero es en este momento cuando escribe el salmo 34  uno de sus más bellos textos, en el que expresa su confianza en Dios, seguro de que nunca va a ser abandonado y de que cada una de las promesas relacionadas con su reinado se cumplirán a su debido tiempo. 


El salmo 34, en su versículo 4 dice textualmente: "Busqué a Jehová, y él me respondió y me libró de todos mis temores."


Si leemos bien este corto mensaje, podemos encontrar tres cosas que nos van a ayudar en nuestra vida espiritual y nos permitirán enfrentar cualquier dura circunstancia que se nos presente: 


1. David buscó a Dios

2. Dios escuchó a David
3. Dios libró a David de todos sus temores


David pudo resolver su difícil situación de manera desesperada, como por ejemplo, huyendo muy lejos y no regresar nunca más, con lo cual hubiera renunciado a las promesa que Dios le había hecho de ser rey de Israel; o pudo enfrentarse con el ejército de Saúl, con lo cual habría expuesto gravemente su vida y la de quienes le rodeaban. También pudo matar a Saúl, con lo cual hubiera manchado sus manos de sangre, con las graves consecuencias que ésto le hubiera generado. 
En lugar de eso, hizo lo más simple: buscar a Dios y obtuvo la respuesta adecuada pues, el Padre Celestial no sólo lo escuchó, sino que le respondió y lo libró de todos sus temores. 

¿Estás atravesando por una circunstancia difícil?  Busca tú también a Dios y prepárate pues Él te va a escuchar y te va a responder. Y lo mejor de todo: Él, en su infinita misericordia, te va a librar de todos tus temores.  Ya lo hizo una vez con David. Hoy lo hace contigo, un hijo al que Dios quiere con entrañable afecto. 

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